Andrea Ercolino, Software Engineer
Hoy empiezo el curso de narrativa en castellano, en la escola d’escriptura de l’Ateneu Barcelonès.
Esto ocurre 14 años después del curso de castellano, en Estudios Hispánicos de la Universidad de Barcelona, al que me apunté en noviembre del 1996.
Un día de hace 14 años, tras un mes de escuela, la profesora (Mar), nos encargó escribir una página en castellano sobre lo que los estudiantes quisiéramos.
Esto que sigue fue lo que yo escribí.
Veo hombres y mujeres en la calle.
Veo a un niño y a un viejo, cogidos de la mano. Veo a una chica gorda que sonríe y a una mujer que trae la compra. Parece gente corriente pero yo querría ser cada uno de ellos.
El niño, que saborea y lame y chupa su chupa-chups sin otro pensamiento que la teta de su madre.
El viejo, que estrecha aquella mano pequeñita y tierna y lo hace con vigor para que su sobrino adoptivo se sienta protegido. Este viejo que trabaja como canguro para ser el padre que nunca fue.
Querría ser la chica, para sentir el peso de su cuerpo cuando camina y la ligereza de su grasa cuando se acuesta con sus novios. Una chica que abunda de buen humor y que no desperdicia un minuto de su vida.
Querría ser la mujer que regresa a su casa preocupada por la comida y con rencor por una vida tan aburrida. Esta mujer que lleva siempre consigo el arrepentimiento de no haber tenido bastante coraje para seguir al hombre de su vida.
Y querría ser este hombre, que pronto la olvidó y ahora está casado y contento de tener una vida tranquila y una mujer que todos los días le proporciona una comida diferente.
Cuando llegué a Barcelona, “la Caixa” era otra cosa. Habían muchas oficinas, muchos cajeros automáticos en el exterior, los empleados eran amables, y el banco hasta te quedaba simpático. Y eso es decir mucho, visto que las condiciones que ofrecen para el dinero que le prestas no son ni mucho menos las mejores del mercado.
El acceso web y el hecho de poder ingresar dinero al contado mediante un cajero automático son todavía dos elementos excelentes, y los usé siempre que pude.
Hace tiempo, algo se quebró en “la Caixa”. Cerraron muchas oficinas, disminuyeron los cajeros automáticos, los empleados dejaron de ser amables, y el banco se vio cansado, viejo de repente, moribundo.